miércoles, 12 de agosto de 2009

CIUDAD

Siempre he admirado a personas como Pedro; esos adolescentes cincuentones que viven su ciudad desde dentro, que la conocen y la admiran con sus defectos y sus virtudes.
No hace mucho, hablando con él, me contó una historia.
Cuenta que, si observas bien, no sólo con los ojos, o por lo menos no sólo con los de la cara, todas y cada una de las ciudades hablan. Aunque parezca mentira, comenta, siempre hay rincones que te llaman, te susurran al oído, tan bajo, que a veces los confundimos con nuestros propios pensamientos, y es entonces cuando nos sentimos atraídos por ese lugar, nos imbuye y formamos parte de él. A partir de este momento no somos nosotros los que actuamos, sólo somos el medio por el cual la ciudad se expresa; y lo hace de la única manera que sabe hacerlo, dejando que te relaciones a través de ella con el resto de las personas que la circundan.
Así y sólo así, aparecen situaciones mágicas, únicas para cada ciudad, especiales; y al mismo tiempo, prácticamente de forma paralela, se desarrolla en algunas personas la capacidad de percibirlas tanto, que se fusionan con ella. Estas personas han dejado de serlo para ser ciudad, para formar parte de ella.
Esta simbiosis es la que somos capaces de percibir el resto de los mortales y gracias a ella, darnos cuenta de lo mágico que son algunos de los rincones de nuestra ciudad, admirarlos y disfrutarlos, aunque nunca tan plenamente como los otros.

TROZOS DE CIUDAD

Resulta curioso como existen diferentes formas de recorrer una ciudad; atravesarla sin más de un punto a otro con un destino predeterminado o caminarla.
Cuando caminamos una ciudad, la entendemos, la olemos, la tocamos... nos damos cuenta de que aquellos lugares por donde caminó un dictador antes de emprender su cruzada particular es hoy un rincón donde relacionarse con ella, con su gente, con nuestras papilas gustativas.
Al entender una ciudad no vemos un banco con jubilados ociosos junto a adolescentes restregándose por los suelos sino un diálogo inter-generacional en unos pocos metros cuadrados en el que la forma de expresarse de unos se solapa y enriquece con la experiencia y contemplación de los otros; y viceversa.
Oliendo una ciudad somos capaces de asimilar distintos aromas, a priori incompatibles, que tienen sentido al darse cuenta de que no sólo se estudia leyendo libros, que un centro comercial no es solamente una amalgama de tiendas y que, aunque los lugares son lo que les dejamos ser, muchas veces nos comportamos como ellos quieren que lo hagamos.
Al fin y al cabo cuando toco mi ciudad siento las grietas del tiempo de sus rincones, noto la plaza, las calles, otrora gloriosas de esplendor, llenas hoy de nostalgia reinventada.